Selección de Aquiles Nazoa

Lectura para Clubhouse Noviembre 14, 2021

Aquiles Nazoa González (Caracas, Venezuela, 17 de mayo de 1920-Maracay, 25 de abril de 1976) fue un escritor, ensayista, periodista, poeta y humorista venezolano.1​ En sus obras se expresan los valores de la cultura popular venezolana.

Nació en la barriada caraqueña de El Guarataro (ubicada en la parroquia San Juan), en el seno de una familia de escasos recursos económicos. Sus padres fueron Rafael Nazoa, jardinero y Micaela González. Su hermano fue el también poeta Aníbal Nazoa.

Estuvo casado con Estrella Fernández-Viña Martí, sobrina nieta del escritor cubano José Martí. Ella fallecería de tuberculosis poco después del matrimonio. Más tarde, en 1949, contrae nupcias con María Laprea.2​

Es padre de la cronista social y ex-jefa de prensa de la Organización Miss Venezuela: Atamaica Nazoa, el humorista Claudio Nazoa y abuelo del chef Sumito Estévez.

Era un famoso poeta conocido por toda Venezuela.



01
BUENOS DÍAS AL ÁVILA

Buen día, señor Ávila.
¿Leyó la prensa ya?
¡Oh, no…! No se moleste
siga usted viendo el mar,
es decir, continúe
leyendo usted en paz
en vez de los periódicos
el libro de Simbad.
¿Se extraña de la imagen?
Es muy profesional.
¿O es que es obligatorio
llamarlo a usted Sultán
y siempre de Odalisca
tratar a la ciudad?
¡Por Dios, señor, ya Persia
no lee a Omar Khayyám,
y en vez de Syro es Marden
quien manda en el Irán!
Cambiemos, pues, el tropo
por algo más actual:
digamos, por ejemplo,
que usted, pese a su edad
y pese a que en un ojo
tiene una nube (o más),
es un lector celeste
y espléndido, ante el cual
como un gran diario abierto
se tiende la ciudad.

¿Se fija usted? La imagen
no está del todo mal…
¿Que le ha gustado? ¡Gracias!
Volvamos a empezar.

Buen día, señor Ávila.
¿Leyó la prensa ya?
¿Se enteró de que pronto
con un tren de jugar
su solapa de flores
le condecorarán?
¡Oh, no! ¡No, no! No llore,
¿por qué tomarlo a mal?
Será, se lo aseguro,
un tren de Navidad
con el que usted, si quiere,
podrá también jugar.
Serán, sencillamente,
seis cuentas de collar
trepándose en su barba
de viejo capitán.
Tendrá el domingo entonces
un aire de bazar
con sus colgantes cajas
de música que van
de la ciudad al cielo,
del cielo a la ciudad.
¡Adiós, adiós! Los niños
le dirán al pasar
y el niño sube-y-baja
tal vez le cantará:
usted dormido abajo
refunfuñando: ¡Bah…!
y arriba los viajeros
cantando el pío-pá.

Pero ¿por qué solloza
si nada ocurrirá?
¿Le asusta que las kódaks
aprendan a volar?
¿O dígame, es que teme,
¡mi pobre capitán!,
que novios y turistas
se puedan propasar
y como a un conde ruso
lo tomen de barmán?
¿Es eso lo que teme?
¡Pues no faltaba más…!
¡Usted de cantinero…!
¡Qué cómico será!
¡Usted, que más que conde
fue en tiempos un Sultán
con una nube al brazo
diciendo: —Oui, madame,
en tanto que la triste
luna de Galipán
le sirve de bandeja
para ofrecer champán…!

Buen día, señor Ávila,
me voy a retirar.
Saludos a san Pedro
y a los hermanos Wright.
(El Ávila lloraba,
llovía en la ciudad).

02
BUEN DÍA, TORTUGUITA

Buen día, tortuguita,
periquito del agua
que al balcón diminuto de tu concha
estás siempre asomada
con la triste expresión de una viejita
que está mascando el agua
y que tomando el sol se queda medio
dormida en la ventana.

Buen día, tortuguita,
abuelita del agua
que para ver el día
el pescuecito alargas
mostrando unas arrugas
con que das la impresión de que llevaras
enrollada una toalla en el pescuezo
o una vieja andaluza muy gastada.

Buen día, tortuguita,
payasito del agua
que te ves más ridícula y más torpe
con tus medias rodadas
y el enorme paltó de hombros caídos
que llevas sobre ti como una carga
y que con él caminas dando tumbos,
moviendo ahora un pie y otro mañana
como una borrachita,
como una derrotada,
como un payaso viejo
que mira con fastidio hacia las gradas.

Buen día, tortuguita,
borrachito del agua…
¿De dónde vienes, di, con esos ojos
que se te cierran solos, y esa cara
de que en toda la noche no has dormido,
y esa vieja casaca
que se ve que no es tuya,
pues casi te la pisas cuando andas?

Buen día, tortuguita,
filósofo del agua
que te pasas la vida hablando sola,
porque si no hablas sola, ¿a quién le hablas?
¿Quién, a no ser un tonto, atendería
a tus tontas palabras?
¿Ni quién te toma en serio a ti con esa
carita de persona acatarrada
y esa expresión de viejecita chocha
que a tomar sale el sol cada mañana
y que se queda horas y horas medio
dormida en la ventana?

Buen día, tortuguita,
periquito del agua,
abuelita del agua,
payasito del agua,
borrachito del agua,
filósofo del agua…

03
HIGH LIFE DE PRIMAVERA
A Enrique Bernardo Núñez
en su cumpleaños, 1943.

Enrique, natural de la mañana,
vecino de la brisa y su sombrero,
ofrecerá un cocktail de mejorana
y esencia musical de tinajero.

De crinolina irá la damajuana
y en su carro de viento el limonero;
la pomarrosa —aroma en porcelana—
llevará entre los dedos un lucero.

Abejas llegarán en aeroplano,
con su flor eucarística en la mano
dirá el discurso de orden el cardón.

Y Enrique, cabalgando en su corbata,
viajará hacia la luna de hojalata
de un cielo de merengue y algodón.

04
LETRA PARA LA PRIMERA LECCIÓN DE PIANO

Lamparitas de azúcar,
chinelitas de arroz.

Delpino

A la una la luna,
a las dos el reloj,
que se casan la aguja
y el granito de arroz.

A la una mi niña
se me puso a llorar
porque el pobre meñique
se cayó en el dedal.

A la una la novia
con el novio, a las tres,
en la cola, la cola
del pianito marqués.

Y se van, a la una
en su coche, a las tres
—caballitos de lluvia,
cochecito de nuez—.

05
DEDICATORIA

Cuando yo digo el nombre de María,
que para mí es la voz del agua clara,
es como si a los campos me asomara
con la mano de un niño entre la mía.

Porque su nombre es campo en lejanía
con mastranteros de fragante vara
y ella en las manos lleva y en la cara
los olores suavísimos del día.

Así pues fue el amor, sencillamente,
quien su nombre inscribió sobre mi frente
con cinco letras de melancolía.

Y no es mi voz sino el amor quien canta
como espiga sonora en mi garganta
cuando yo digo el nombre de María.

06
SERENATA A ROSALÍA

Levántate, Rosalía,
a ver la luna de plata
que el arroyuelo retrata
y el lago fotografía…

Levántate, vida mía;
¡anda, pues, no seas ingrata!
Levántate con la bata,
o sin ella, Rosalía.

Ay, levántate mi nena:
¡sé complaciente, sé buena
y levántate por Dios!

Levántate, pues, trigueña,
¡que esta cama es muy pequeña
y no cabemos los dos!

07
ODA A LA CUCARACHA

Ya que no hay en el mundo quien te quiera,
yo te canto, animal de chocolate,
que emigraste del viejo escaparate
porque ya no los hacen de madera.

Las damas otoñales de hoy en día,
tan otoñales como vivarachas,
son tus hermanas en coquetería,
pues en su afán de parecer muchachas
tapizadas de polvo y crema fría
se ponen como ciertas cucarachas:
las cucarachas de panadería.

Como hay contigo cosas muy afines
y eres pequeña, oscura y tan versátil,
yo he visto, cucaracha, botiquines
donde te han confundido con un dátil.

Eres un animal interesante
pues con solo mover tus dos alitas
acabas, entre gritos y al instante,
con una agrupación de señoritas.
Y tienes vocación de congresante
porque te gustan mucho las levitas.

A cosas dulces, de muy buena gana,
la gracia de tu nombre les concedes
(me refiero a la rumba mexicana
según la cual ni caminar tú puedes).

Dondequiera que estás juegas la vida:
te asfixias en hedionda naftalina,
y si corres buscando una salida
el hombre a chancletazos te asesina.
Luego al corral escapas perseguida
y allí te espera el otro insecticida,
el más feroz de todos: la gallina.

Y aunque te busquen con aviesos fines,
ni procuras vengarte ni te ofendes,
pues tú, Cucarachita, tan Martínez,
no eres parienta de Martínez Méndez.

08
ELEGÍA A UN ELEFANTE

Arco de Triunfo amable, fallecido
como un anciano tren ya derrumbado;
un juguete de pobre ha sollozado
y una estrella de azúcar ha caído.

Ha muerto el elefante: detenido
el cielo entre sus ojos ha quedado;
Pinocho y Gulliver han regresado
para llorar por él que está dormido.

San Pedrito de plata, dulce abuelo,
abre con tu llavín de caramelo
el huerto de inocentes pomarrosas.

Que el niño grande se ha dormido y sube:
el cuerpo: gavia gris, henchida nube;
la trompa, respirando mariposas.

09
LA LLUVIA

Ayer
volvió a llover…

Vino la lluvia a refrescar jardines
y a impedir la salida de los cines.

Ayer
volvió a llover…

La lluvia es una niña que no tiene
—porque vive desnuda— camisón;
sueltas las trenzas por el aire viene
repartiendo pestón.

Ayer
volvió a llover…

Los poetas, que son sentimentales,
la ponen a bailar tras los cristales.

Ayer
volvió a llover…

¡Oh, bardos! Cómo estáis de equivocados
al no cantar la lluvia en los tejados.

Ayer
volvió a llover…

Colándose por grietas y rincones
y mojando las camas y las sillas;
metiéndose indiscreta en las hornillas
y apagando carbones.

Ayer
volvió a llover…

Porque la lluvia es bella en los cristales,
pero forma terribles barrizales…

Ayer
volvió a llover…

En la calle, en la plaza, en el camino,
a tal punto que sales
de puntillas, salvando manantiales,
hasta que llega algún chofer cretino
y te pone lo mismo que un cochino.

Ayer
volvió a llover…

Mi corazón
es un niño arrullado por el son
de la lluvia de plata,
que cae desde el cielo en una lata
—tin, tan, ton—
bajo el alero roto del balcón.

Ayer
volvió a llover…

Y en medio de esta lírica cantata
a dúo de la lluvia en el balcón,
un muchacho infeliz se medio mata
porque se le desliza una alpargata
y se da un resbalón.

Ayer
volvió a llover…

10
PASA MI PADRE

Ahí va mi padre pedaleando su bicicleta de jardinero.
El lleva sin saberlo la poesía como una violeta en el sombrero.
Y a mi niñez le gustan entusiastamente sus zapatos,
que son como unos caballos viejos y cariñosos.
En aquellos tiempos estaban muy baratas las cosas.
Teníamos una casa de flores que solo nos había costado a razón de
un sufrimiento insignificante el metro cuadrado.
Figúrense cómo estarían las cosas de tan baratísimas entonces,
que yo tenía una hermana llamada Lilia,
a la que no llegué a conocer porque se murió aprovechando lo
barata que se había puesto la muerte por aquellos días.
Mi padre pagó en cómodas cuotas la muerte de aquella niña:
Todos los días al llegar del trabajo, lloraba un poquito sobre
el hombro de mi madre.
Y en cosa de cinco meses estuvo saldada la deuda con la muerte,
cosa que no se puede hacer hoy día. ¡Todo está ahora tan caro!
¡Con decir que las lágrimas están reguladas por el departamento
de control de precios!
Teniendo yo nueve años y él me imagino treinta,
me pidió delicadamente esa mañana que me volviera de espaldas,
mientras él se bañaba con sus inocentes calzoncillos, porque
el mar le gustaba mucho y estaba amaneciendo.
No sé cómo aquel hombre se las arreglaba para que yo y
mi hermana Elba recorriéramos el mundo,
pasajeros los tres en su bicicleta de flores;
lo cierto es que el buen hombre tenía un exquisito olfato comercial,
y los domingos nos llevaba (él puesto su bellísimo sombrero de
violetas y sus conmovedores zapatos, y nosotros sus hijos la niñez
como un vestido de estreno) a mágicos mercados donde los campos
con sus correspondientes ríos y colinas se vendían a dos paisajes
por centavo.
Y en aquellos lugares mi padre cumplía plenamente su vocación
de ladrón irredento,
pues regresábamos los tres a casa con un insólito botín de aromas.

Y todos nos queríamos mucho por eso.
Una vez nos sorprendió un inmenso aguacero durante uno de
aquellos paseos.
Como teníamos miedo Elba y yo, pues había muchos relámpagos y
el río iba creciendo bastante,
mi dulce padre nos acogió a su pecho, un hijo a cada lado, y
estábamos como debajo de un pan, bien que me acuerdo.
Nos besaba con las violetas de su sombrero para consolarnos de
nuestro miedo, y parece que lloraba también, no estoy seguro.
Y desde luego porque en esa ocasión y lugar oímos mi hermana y
yo latir el corazón de nuestro padre Rafael Nazoa bajo la tempestad,
es por lo que desde entonces nos sentimos a ratos tan desdichados
en esta vida.
Y sin embargo, si ahora mismo nos fuera dado elegir:
entre aquella hora y el destino a que fuimos implacablemente
condenados,
yo y Elba elegiríamos el que nos señaló nuestro indefenso padre
aquella tarde que no olvidaremos, pasajeros los tres en su poética
bicicleta de jardinero.

11
LA ABUELA

La dulce abuela, corazón de alubia,
es menuda y es clara como la lluvia.

Arañita de plata, teje violetas
en el pañuelo pañolín de la nieta.

Cuando llora la abuela,
sus lágrimas antiguas mojan la tela
de un aroma sencillo de yerbabuena.

Y sus ojos reflejan
la ventana, el molino, el campanario
y unas niñas jugando a la rueda.

12
ALEGRÍAS PASADAS

Cuán presto se va el placer,
cómo después de acabado
da dolor.

Manrique.

¡Qué ligero se van las alegrías!
Lo que hasta ayer nomás fuera ilusión
es ahora, pasados los dos días,
un enorme ratón.

La Navidad fue apenas un engaño
vestido —mal vestido— de festejos;
la celebramos porque a fin de año
nos sentimos más viejos,

y en fin de fines es en Pascua cuando
podemos contentarnos con la vida,
pues como un año más se está acabando,
más pronto nos estamos acercando
al portón de salida.

¿Cuál es la utilidad de la alegría,
si pasada su efímera dulzura
viene un día y un día y otro día
de luchas y amargura?

La Pascua se acabó y sus alegrías
se marchitaron como viejas flores
y se quedaron muchos mostradores
llenos de hallacas frías.

13
REZO EL CREDO O CREDO DE AQUILES NAZOA

Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; creo
en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado,
muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón
de los hombres; creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de
la vida perdurable; creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos
cristales; creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su
rueda maravillosa; creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada
en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose como una purísima paloma
herida bajo el cielo del Mediterráneo; creo en las monedas de chocolate
que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez; creo en la
fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de
mi angustia vi, al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante
a la dulce Eurídice del infierno de mi alma; creo en Rainer María Rilke,
héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de
cortar una rosa para una mujer; creo en las flores que brotaron del cadáver
adolescente de Ofelia; creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar,
creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro
de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y
junto a sus sienes un resplandor de estrellas; creo en el perro de Ulises, en
el gato risueño de Alicia en el País de Las Maravillas, en el loro de Robinson
Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Beralfiro
el caballo de Rolando, y en las abejas que labraron su colmena dentro del
corazón de Martín Tinajero; creo en la amistad como el invento más bello
del hombre; creo en los poderes creadores del pueblo, creo en la poesía y, en
fin, creo en mí mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama.